lunes, 1 de marzo de 2010

EL ATAJO A LA PERFECCION

Por cierto que somos muy buenos para decirnos unos a otros y a nosotros mismos cuán perfectos debemos ser para heredar el reino. Lo que olvidamos a menudo es explicar cómo se obtiene esa perfección. Lo cierto es que existe un pequeño secreto “un atajo”, y si no conocemos el secreto o el atajo a la perfección, podemos terminar agotados tras intentar ser perfectos por nosotros mismos. El gran secreto es éste: Jesucristo compartirá con nosotros Su perfección, Su pureza, Su rectitud y Sus méritos. En Su misericordia, nos ofrece el beneficio de Su perfección, en ausencia de la nuestra, para satisfacer las demandas de la justicia.

En principio, se nos considera perfectos, se nos acepta como perfectos, al ser uno con un Cristo que es perfecto. A la larga, esto hace posible que, en un futuro, lleguemos a ser perfectos en base a nuestros propios méritos, pero ese futuro es mucho después del Juicio y de que hayamos heredado el reino de Dios mediante el mérito, la misericordia y la perfección de Jesucristo. Así que la meta más importante de esta vida mortal es llegar a ser uno con Cristo por medio del convenio del evangelio y tener acceso a Su perfección por medio de esa unión, en vez de permanecer separados y desorientados mientras tratamos ( ¡en vano!) de generar nuestra propia perfección y, por consiguiente, de salvarnos a nosotros mismos.

Permítanme darles un ejemplo. Hace unos cuantos años, nuestra familia vivió en Williamsport, estado de Pensilvania. Las cosas nos iban bastante bien allí. Teníamos nuestro propio hogar en un vecindario muy agradable, y estábamos encantados con nuestros vecinos. Yo tenía un buen empleo en una universidad de la comunidad y progresaba en mi carrera. Parecíamos ser felices; teníamos la noche de hogar todas las semanas, orábamos regularmente como familia, y mi esposa y yo teníamos nuestras oraciones juntos todas las noches. Contábamos con la recomendación para el templo y asistíamos a él lo más seguido posible. Yo era miembro del obispado de nuestro barrio y Lanas, mi esposa, era la presidenta de la Sociedad de Socorro.

Ese fue un año particularmente memorable para Lanas, Además de ser presidenta de la Sociedad de Socorro, se recibió por segunda vez en la universidad (como contadora), aprobó el examen profesional, empezó a trabajar en una firma local, dio a luz a nuestro cuarto hijo (Michael)-todo eso en su tiempo libre, por supuesto. A decir verdad, Lanas, se encontraba bajo bastante presión ese año, pero, como sucede con muchos maridos, no me di cuenta de la inmensa presión bajo la cual se encontraba hasta que la situación explotó. ¡Y qué explosión!

Un buen día, las luces simplemente se apagaron. Fue como si Lanas, hubiera muerto en cuanto a las cosas espirituales; estaba exhausta. Adoptó una posición pasiva hacia la Iglesia. Cuando sus consejeras en la Sociedad de Socorro la llamaron, les dijo que podían hacer lo que quisieran y que ella había pedido ser relevada de su llamamiento. Uno de los peores aspectos de este repentino cambio fue que Lanas, no tenía interés en hablar del asunto; no estaba dispuesta a decirme lo que le pasaba.

Finalmente, una noche, después de casi dos semanas, y tras insistir en que se desahogara, obviamente enojada me dijo: "Muy bien. ¿Quieres que te diga lo que me pasa? Pues te lo diré: Ya no doy más. Ya no puedo llevar mi carga; es muy pesada. No puedo hacer todo lo que se supone que debo hacer. Ya no puedo levantarme a las cinco y media de la mañana y hornear pan, coser la ropa y ayudar a los niños con sus tareas de la escuela, además de hacer mis propias tareas y de prepararles la bolsa del almuerzo; y después limpiar y ocuparme de mis deberes en la Sociedad de Socorro, estudiar las Escrituras, trabajar en mi genealogía, colaborar con la comisión de fomento de la escuela de los niños, organizar nuestro almacenamiento de alimentos, ir a las reuniones de estaca y escribirles a los misioneros . . . " Empezó a nombrar, una por una, todas las cosas que no podía hacer o que no podía hacer a la perfección todos aquellos ladrillos que habían sido colocados sobre su espalda en nombre de la perfección hasta que terminaron por agobiarla.

"Trato de no gritarles a los niños", continuó diciendo, "pero a veces no puedo evitarlo; me enojo y empiezo a gritar. Y trato de no enojarme, pero no hay caso. Trato de no tener malos sentimientos hacia ciertas personas, pero los tengo. Sé que no tengo una actitud muy cristiana. Por más que trate de amar a todos, es inútil. No tengo el talento que tiene la hermana Fulana, y no puedo ser tan amorosa como la hermana Mengana. Steve, no soy perfecta; nunca voy a serlo, y no puedo seguir fingiendo que lo soy. Finalmente he llegado a la conclusión de que nunca alcanzaré el reino celestial, entonces, ¿para qué seguir matándome intentándolo?"

Y así fue que dio comienzo una de las noches más largas de nuestra vida de casados. Le pregunté a lanas, "¿Tienes un testimonio?", a lo cual respondió, "Por supuesto que sí eso es lo más terrible de todo. Sé que el evangelio es verdadero, pero no puedo vivir como se espera que lo haga". Le pregunté si había cumplido con sus convenios bautismales, y me contestó, "No. He tratado y vuelto a tratar, pero no puedo guardar todos los mandamientos en todo momento". Le pregunté si había observado los convenios que había hecho en el templo, y otra vez me dijo: "Trato de hacerlo, pero por más que me esfuerce, no puedo hacer todo cuanto se me pide que haga."

Antes de proseguir, quisiera aclarar que la razón por la que hace muchos años le propuse matrimonio a Lanas, fue porque ella es la persona más extraordinaria, dulce, genuinamente amorosa y abnegada que yo jamás haya conocido. Así que, lo que me estaba diciendo, sencillamente no tenía sentido. La conversación continuó dentro de ese tono - ella enumerando todas sus faltas e imperfecciones y yo tratando de hacerle reconocer que su autopercepción era injusta y de encontrar la verdadera causa del problema. Finalmente se me ocurrió de qué se podía tratar y, a decir verdad, me sentí como un tonto. Todo un experto en el campo de la religión y ni siquiera había visto tamaña realidad ante mis ojos. Lo que por fin descubrí fue que lanas, no entendía plenamente la médula misma del evangelio -la expiación de Cristo. Conocía los requisitos pero no reconocía las buenas nuevas.

¿Quién hubiera pensado que después de todas las reuniones y lecciones, después de todos los testimonios y las noches de hogar, no había captado la esencia del evangelio?

Tenía un buen conocimiento y creía en todo, excepto en la parte más importante. lanas, estaba tratando de salvarse a sí misma; estaba tratando de hacerlo todo utilizando a Jesucristo como un mero asesor; sabía porqué podemos dar a Jesús los títulos de entrenador, alentador, asesor, maestro, hermano mayor, cabeza de la Iglesia y aún de Dios. Todo eso lo entendía, pero lo que no entendía era la razón por la que se le llama el Salvador.(Creámosle a Cristo S.E. Robinson)

¿CREEMOS EN SER SALVOS?

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GRACIAS
OB. HILARIO