MENSAJE DE LA PRESIDENCIA DE AREA

somos la epistola del señor
Lynn A. Mickelsen
Presidente Área México



El apóstol Pablo explicó a los líderes y santos de Corinto, que ellos mismos eran el sello o testimonio de su apostolado (1 Cor. 9:2). Aparentemente, no entendieron esta declaración, porque después le pidieron cartas de recomendación para probar a los miembros de la iglesia y al mundo quiénes eran ellos (2 Cor. 3:2-9). Les reprendió diciendo: "Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres;... sois carta de Cristo..., escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo;... No que seamos competentes por nosotros mismos,… sino que nuestra competencia proviene de Dios...,”. Y si la letra grabada en piedras fue gloriosa, cuánto más gloriosa será nuestro ministerio con el espíritu y aún mucho más abundará en gloria el ministerio del justo.

Moisés, invitado por el Señor, subió al monte Sinaí y durante su estadía de 40 días, transfigurado en la presencia de Dios, recibió la plenitud del evangelio. Mientras tanto, el Señor, viendo las actividades abominables de los hijos de Israel adorando al becerro de oro, dijo a Moisés que los destruiría a todos. Moisés rogó al Señor para que lo dejara obrar con ellos un tiempo más, y después de muchas súplicas, el Señor cedió. Luego Moisés bajó de la montaña, y cuando vio las abominaciones que el Señor previamente había visto, arrojó las tablas quebrándolas y destruyó el becerro de oro; después preguntó: "¿Quién sigue al Señor?" Los hijos de Leví fueron los únicos que no participaron en estos sensuales ritos de adoración al dios de la "fertilidad" de los egipcios. Moisés mandó a los levitas que mataran a los que habían participado directamente en estas orgías; por lo que 3,000 hombres fueron ejecutados.

Subió luego Moisés al monte Sinaí, ayunando 40 días más, y fue transfigurado en la presencia de Dios. Bajó después del monte con la ley carnal que incluía los diez mandamientos y que después se conoció como "La Ley de Moisés".

Al entrar Moisés en el campamento de Israel, el pueblo no lo podía mirar a la cara, porque su rostro resplandecía con la gloria de Dios, por lo que tuvo que ponerse un velo para poder acercarse a ellos (Exodo 32-34). La única manera de soportar la luz que emana de Dios y sus siervos obedientes y entender sus mensajes y enseñanzas, es por el Espíritu. Si el Espíritu no acompaña al hombre, éste queda en tinieblas.

"Pero si nuestro evangelio está aún encubierto... en los cuales el dios de este siglo (Satanás), cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio...” (2 Cor. 4:3-4).

El evangelio está encubierto porque algunos tienen las mentes nubladas por el dios de este mundo (Satanás), de tal manera que la luz del glorioso evangelio de Jesucristo no los ilumina. Tenemos este tesoro (la luz), en vasos de barro (nuestros cuerpos), y la fuente está en el poder de Dios y no en nosotros mismos. El poder de Dios se manifiesta en nosotros por la cantidad de luz que tenemos, y por medio de la carne mortal, santificada por el espíritu, podemos entonces alumbrar a aquellos que están en tinieblas.

En la gran revelación de "La Hoja de Olivo" (DyC88), el Señor nos dice: "Y si vuestra mira está puesta únicamente en mi gloria, vuestro cuerpo entero será lleno de luz y no habrá tinieblas en vosotros; y el cuerpo lleno de luz comprende todas las cosas” (DyC 88:67).

Muchos miembros me preguntan: Presidente, ¿Cómo puedo enseñar con poder? La respuesta se encuentra en la escritura que hemos tratado repetidas veces: "predicar mi evangelio por el Espíritu, si, el Consolador que fue enviado para enseñar la verdad” (DyC 50:14). Tenemos que enseñar por el espíritu y luego, "lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto” (vers. 24).

"Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará… Por tanto nosotros todos, mirando a cara descubierta (sin ninguna vergüenza), como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2 Cor. 3:18).

Al aumentar y perfeccionar la luz dentro de nosotros, tendremos más capacidad para vencer el poder del adversario y las tinieblas en los demás, y así les permitiremos conocer la verdad, y nuestra confianza se hará fuerte en la presencia de Dios. "Por tanto, santificaos para que vuestras mentes se enfoquen únicamente en Dios, y vendrán los días en que lo veréis...” (DyC 88:68).

Así, con más santidad en nuestros pensamientos, y nuestra luz interior brillando en intensidad, podremos mostrar a los demás quiénes somos. Seremos nosotros también epístolas verídicas, legítimos testimonios de Cristo ante el mundo.