miércoles, 22 de abril de 2009

EL ORIGEN DEL HOMBRE

Esta declaración se publico en noviembre de 1909, y que fue la primera de dos exposiciones doctrinales de la Primera Presidencia, llegó en un momento cuando las ideas en cuanto a la teoría de la evolución generaban gran controversia sobre el origen del hombre. (La Primera Presidencia: Joseph F. Smith y sus consejeros John R. Winder y Anthon H. Lund.) La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que basa su creencia en la revelación divina, antigua y moderna, proclama que el hombre es progenie directa de la Deidad. Dios mismo es un ser exaltado, perfecto, entronizado y supremo. De tanto en tanto surgen preguntas respecto a la actitud de la Iglesia de Jesucristo en cuanto a temas que, aunque no son vitales desde el punto de vista doctrinal, están estrechamente relacionados con los principios fundamentales de salvación. La última pregunta de esta índole que nos ha llegado, es acerca del origen del hombre. Creemos que una declaración de la posición que ejerce la Iglesia sobre este importante asunto, es apropiado y de beneficio para los miembros en este momento Al presentar la siguiente declaración, no creemos que estemos dando algo nuevo en esencia; ni tampoco es nuestro deseo hacerlo. La “verdad” es lo que deseamos exponer, y la verdad, la eterna verdad, es algo fundamentalmente antiguo. Todo lo que intentamos hacer ahora es exponer de nuevo la actitud original de la Iglesia en cuanto a este tema. El único propósito de esta presentación es decir la verdad tal como Dios la ha revelado, recomendarla para que sea aceptada por aquellos que necesitan conformar sus opiniones ala de la Iglesia. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis 1:27.) Con estas palabras simples y exactas, el autor de Génesis hizo saber al mundo la verdad en cuanto al origen de la familia humana. Moisés, el profeta historiador, “versado”, como se nos dice, “en toda la sabiduría de los egipcios”, al hacer esta importante declaración no estaba expresando una mera opinión o una teoría derivada de sus investigaciones en la erudición oculta de ese pueblo antiguo. Él estaba hablando como portavoz del Señor, y su solemne declaración era para todas las épocas y para todos los pueblos. Ningún revelador de esta verdad, posterior a Moisés, ha contradicho al gran líder y legislador de Israel. Todos los que han hablado desde entonces por el poder de Dios sobre este tema, han confirmado su simple y solemne declaración. No podría ser de otro modo. La verdad no tiene sino una fuente de origen, y todas las revelaciones del cielo concuerdan unas con otras. El Dios Omnipotente, el Creador del cielo y de la tierra le había mostrado a Moisés todo lo pertinente a este planeta, incluso los hechos que tienen que ver con el origen del hombre; y la proclama autorizada de este poderoso profeta y vidente a la casa de Israel y por medio de Israel a todo el mundo, está expresada en una simple oración: “Dios creó al hombre a su propia imagen” (Génesis 1:27, Perla de Gran Precio: Moisés 1:27-41). La creación constó de dos partes, la Primera espiritual y la segunda temporal. Esta verdad también la enseñó Moisés claramente, mucho más clara de lo que nos ha llegado en las traducciones imperfectas de la Biblia que ahora usamos. En ella se implica claramente, que la creación espiritual precedió ala creación temporal, pero la prueba de ello no está tan clara y convincente allí como en otros registros que los Santos de los Últimos Días consideran de similar validez con las escrituras judías. Indudablemente, la oscuridad parcial de las escrituras judías en cuanto a la creación, se debe a la pérdida de esas partes “simples y preciosas” que, como nos dice el Libro de Mormón, han sido sacadas de la Biblia con el paso de los siglos (1 Nefi 13:24-29). Cuando José Smith hacía la revisión de esas escrituras, intentó restaurar las partes que faltaban y, como resultado tenemos el relato más completo de la creación, el cual se encuentra en el Libro de Moisés que acabamos de citar. Nótense los siguientes pasajes: “He aquí, te digo que éstos son los orígenes del cielo y de la tierra, cuando fueron creados, el día que yo, Dios el Señor, hice el cielo y la tierra. “Y toda planta del campo antes de que se hallase sobre la tierra, y toda hierba del campo antes que creciese. “Porque yo, Dios el Señor, crié espiritualmente todas las cosas de que he hablado antes que existiesen físicamente sobre la faz de la tierra. Pues yo, Dios el Señor, no había hecho llover sobre la faz de la tierra. “Y yo, Dios el Señor, había creado a todos los hijos de los hombres; y no había hombre todavía para que labrase la tierra, porque los había creado en el cielo; y aún no había carne sobre la tierra, ni en el agua, ni en el aire; “Mas yo, Dios el Señor, hablé, y subió un vapor de la tierra que regó toda la faz de ella.
“Y yo, Dios el Señor, formé al hombre del polvo de la tierra y soplé en sus narices el aliento de vida; y el hombre fue alma viviente, la primera carne sobre la tierra; también el primer hombre.
“Sin embargo, todas las cosas fueron creadas espiritualmente y se hicieron conforme a mi palabra.” (Perla de Gran Precio: Libro de Moisés 3:4-7. Véanse también los capítulos 1 y 2, y compárese con Génesis 1 y 2). Habiendo establecido estos dos puntos, a saber, la creación del hombre a imagen de Dios, y las dos partes de que constó la creación, preguntémonos ahora: ¿Cuál era la forma original del hombre, tanto espiritual como corporal? Generalizando, la respuesta está en las palabras elegidas como texto de este tratado: “Dios creó al hombre a su propia imagen” (Génesis 1:27). En el Libro de Mormón se presenta de una manera más explícita y dice: “Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen” (Eter 3:15), Quien dice esto es el Padre. Por lo tanto, si podemos estar seguros de la forma o imagen del “Padre de espíritus”, del “Dios de los espíritus de toda carne”, entonces podremos averiguar o descubrir la forma del primer hombre. Jesucristo, el Hijo de Dios, es la “imagen misma” (Hebreos 1:3) de la persona del Padre. Estuvo en la tierra como ser humano, como hombre perfecto y dijo, en contestación a la pregunta que se le hizo: “El que me ha Visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Esto debe ser suficiente para resolver el problema y satisfacer a la mentalidad más meditativa y reverente. Es lógico el hacer la deducción, de que si el Hijo de Dios es a la misma imagen del Padre, entonces el Padre tiene la forma de un hombre; porque ésta fue la forma del Hijo no sólo durante su vida mortal sino antes de su nacimiento terrenal, y después de su resurrección. Fue en esta forma que el Padre y el Hijo, como dos personajes, se le aparecieron a José Smith cuando recibió su primera visión a los catorce años.
Entonces, si Dios hizo al hombre, al primer hombre a su propia imagen y semejanza, debe haberlo hecho semejante a Cristo, y como consecuencia, semejante a los hombres de la época de Cristo y de la época actual. En el Libro de Moisés se dice positivamente que el hombre fue hecho a imagen de Cristo: “Y yo, Dios, dije a mi Unigénito, quien fue conmigo desde el principio: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; e hízose así. Y yo, Dios, hice al hombre a mi propia imagen, a imagen de mi Unigénito lo crié; varón y hembra los crié.” (Moisés 2:26,27.) El Padre de Jesús también es nuestro Padre. Jesús mismo enseñó esta verdad cuando instruyó a los Apóstoles cómo debían orar: “Padre nuestro que estás en los cielos” etc. Pero Jesucristo es el Primogénito de todos los hijos de Dios fue el primero en nacer como espíritu, y es el único engendrado por Dios en la carne. El es nuestro hermano mayor, y nosotros, como El, estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Todos los hombres y mujeres son hechos a semejanza del Padre y de la Madre universal, y son considerados hijos e hijas literales de la Deidad. “Dios creó al hombre a su propia imagen”. Esto es tan verdad al hablar del espíritu como al hablar del cuerpo, que es el ropaje del espíritu, su complemento. Los dos juntos constituyen el alma. El espíritu del hombre tiene la forma de hombre, y los espíritus de todas las criaturas o creaciones tienen semejanza con sus cuerpos. Esto lo enseñó simple- mente el profeta José Smith (véase D&C77:2). Aquí encontramos más evidencia sobre este hecho. Más de setecientos años antes de que se le mostrara a Moisés todas las cosas pertenecientes a esta tierra, otro profeta, conocido por nosotros como el hermano de Jared, fue favorecido del mismo modo por el Señor. Aun se le permitió ver el cuerpo espiritual del ya preordenado Salvador antes de que naciera en la carne; y así en forma y apariencia, Su espíritu era como el cuerpo de un hombre, tanto así que el profeta pensó que estaba viendo aun ser de carne y sangre. Primero vio el dedo del Señor y luego vio todo su cuerpo espiritual. El Libro de Mormón dice lo siguiente sobre esta maravillosa manifestación: “Y sucedió que cuando el hermano de Jared hubo pronunciado estas palabras, he aquí, el Señor extendió su mano y tocó las piedras, una por una, con su dedo. y desapareció el velo de ante los ojos del hermano de Jared, y vio el dedo del Señor; y era como el dedo de un hombre, a semejanza de carne y sangre; y el hermano de Jared cayó delante del Señor, herido de temor.
“Y el Señor vio que el hermano de Jared había caído al suelo y le dijo: Levántate, ¿por qué has caído?
“Y respondió al Señor: Vi el dedo del Señor, y tuve miedo de que me hiriese; porque no sabía que el Señor tuviese carne y sangre.
“Y el Señor le dijo: A causa de tu fe has visto que tomaré sobre mí carne y sangre; y jamás ha venido a mí un hombre con tan gran fe como la que tú tienes; porque de no haber sido así, no hubieras podido ver mi dedo. ¿Viste más que esto?
“Y él le contestó: No, Señor, muéstrate a mí.
“y él dijo el Señor: ¿ Creerás las palabras que te voy a declarar?
“Y él le respondió: Sí, Señor, sé que hablas la verdad y no puedes mentir. “Y cuando hubo pronunciado estas palabras, he aquí, el Señor se le mostró y dijo: Porque sabes estas cosas, eres redimido de la caída; por tanto eres traído de nuevo a mi presencia, y por esta razón me manifiesto a ti. “He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mi tendrá luz eternamente todo el género humano, sí, cuantos creyeren en mi nombre; y llegarán a ser mis hijos y mis hijas.
“Y nunca me he mostrado a los hombres que he creado, porque jamás ha creído en mí el hombre, como tú lo has hecho. ¿Ves como has sido creado a mi propia imagen? Sí, en el principio todos los hombres fueron creados a mi propia imagen. “He aquí, este cuerpo que ves ahora, es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne” (Eter 3:6-16). ¿Qué más se necesita para convencernos de que el hombre, tanto en el cuerpo como en espíritu, es a imagen y semejanza de Dios, y que Dios mismo tiene la forma de un hombre? Cuando el Ser divino cuyo cuerpo de espíritu vio el hermano de Jared, tomó sobre sí carne y sangre, apareció como hombre, “con cuerpo, partes y pasiones” como los otros hombres, aunque era superior a todos ellos porque era Dios, aun el Hijo de Dios, “y aquél fue Verbo hecho carne” (Juan 1:14); “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). ¿Y por qué no iba a aparecer como un hombre? Pues esa era la forma de Su espíritu, y debe tener una envoltura apropiada, un tabernáculo apropiado. Vino al mundo como había prometido que vendría (véase 1 Nefi 1:13), tomando el cuerpo de un bebé y desarrollándose gradualmente hasta la plenitud de la estatura de su espíritu. Vino a la tierra como el hombre habrá estado viviendo desde los siglos, y como el hombre continúa viniendo desde entonces; sin embargo, como se ha visto, El fue el único engendrado por Dios en la carne. Adán, nuestro gran progenitor, “el primer hombre”, fue como Cristo, un espíritu preexistente, y como Cristo tomó sobre sí un cuerpo apropiado, el cuerpo de un hombre y así se convirtió en un “alma viviente” (Génesis 2:7). La doctrina de la preexistencia, revelada con tanta sencillez en estos últimos días, derrama un torrente de luz sobre lo que de otro modo seña considerado el “misterioso problema del origen del hombre”. Esta doctrina enseña que el hombre, como espíritu, fue engendrado y nació de padres celestiales, y creció hasta la madurez en las mansiones del Padre antes de venir a esta tierra en un cuerpo carnal a pasar por la experiencia mortal. Demuestra que todos los hombres existieron en condición de espíritus antes de que el hombre existiera en la carne, y que todos los que han habitado la tierra desde Adán, han tomado cuerpos y de esta manera se han convertido en almas vivientes. Algunos afirman que Adán no fue el primer hombre sobre la tierra y dicen que el origen del ser humano deriva de una evolución, de un orden Inferior de la creación animal. Estas, sin embargo, son teorías de hombres. La palabra del Señor declara que Adán fue “el primer hombre de todos los hombres” (Moisés 1:34) y que por lo tanto debemos considerarlo como el primer padre de nuestra raza. Al hermano de Jared se le permitió ver que todos los hombres fueron creados a imagen de Dios en el principio; y ya sea que tomemos esta declaración considerando el cuerpo o el espíritu o ambos, la idea nos lleva a la misma conclusión: El hombre comenzó su vida como ser humano, a semejanza de nuestro Padre Celestial. Es verdad que el cuerpo del hombre comienza como un pequeño germen o embrión que se convierte en un infante, y este tabernáculo es avivado o recibe en cierto momento la vida mediante el espíritu que llega a él; luego, después de nacer, se desarrolla hasta llegar a ser hombre. Sin embargo, en esto no hay nada que nos indique que el hombre original, el primero de nuestra raza, haya sido menos qué un hombre o menos que un embrión o germen de vida humano que creció hasta llegar a ser hombre. El hombre no puede encontrar a Dios por medio de investigaciones. Sin ayuda, nunca descubrirá la verdad sobre el origen de la vida humana. El Señor es quien debe revelársela, de lo contrario quedará oculta; y lo mismo pasa con los hechos relativos al origen de la raza humana sólo Dios puede revelarlos. Sin embargo, algunos de estos hechos ya se conocen, y es nuestro deber recibir y retener lo que ya se ha dado a conocer. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, que basa su creencia en la revelación divina, antigua y moderna, proclama que el hombre es progenie directa de la Deidad. Dios mismo es un ser exaltado, perfecto, entronizado y supremo. Mediante su poder omnipotente tomó espíritu y elemento, que coexisten eternamente con El, y organizó la tierra y todo lo que en ella hay. Formó cada planta que crece y cada animal que respira, cada uno según su especie, espiritual y temporalmente aquello que es espiritual a semejanza de lo que es temporal, y aquello que es temporal a semejanza de lo que es espiritual. Él hizo al renacuajo y al mono, al león y al elefante, pero no los hizo a su propia imagen ni les invistió de la razón y la inteligencia divinas. No obstante, la creación animal será perfeccionada en el más allá, cada uno en su “destinado orden o esfera” y gozará de “felicidad eterna”. Este hecho se ha dado a conocer en esta dispensación (D. y C. 77:3). El hombre es el hijo de Dios, formado en la imagen divina e investido de atributos divinos, y así como un hijo de madre y padre terrenales puede llegar a ser un hombre a su debido tiempo, así la progenie aún sin desarrollar y que viene de padres celestiales, puede, mediante el aprendizaje a través de las épocas y siglos, evolucionar hasta llegar a ser un Dios. (Improvement Era, noviembre de 1909, pág. 75-81.)

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