En el capítulo 2 del primer libro de Nefi, en el Libro de Mormón, se relata la primera parte del éxodo de la familia de Lehi, su huida, relativamente precipitada, de Jerusalén hacia zonas deshabitadas y, suponemos, donde la familia pudiera estar a salvo de posibles perseguidores que deseaban quitar la vida a Lehi. Según el relato, Lehi y los suyos descendieron “por los contornos de las playas del mar Rojo” y viajaron por el desierto “por los lados que están más próximos a este mar”, durante tres días (1 Nefi 2: 5). Entonces encontraron un valle situado a la orilla de un río que fluía constantemente e iba a desembocar (“desaguaba”) en el Mar Rojo (1 Nefi 2: 6, 8-9). Se ha especulado mucho acerca de la posible localización de este valle y río, especialmente porque comúnmente se ha venido aceptando -también en la época de José Smith- que en Arabia no existen ríos con caudal permanente (cf. Brown, 2002: 60). De hecho, si el Libro de Mormón hubiera sido escrito de manera fraudulenta por José Smith o alguno de sus contemporáneos, la referencia al valle y al río a tres días de distancia al sur de Jerusalén, con los conocimientos del momento, no era una opción nada inteligente. Hoy en día se han identificado varios parajes que se adecúan, de una forma u otra, a lo descrito por Nefi en relación con su primer lugar de campamento. Uno de ellos es el Valle del Buen Nombre, con un río de caudal permanente que atraviesa las montañas de granito de la orilla oriental del Golfo de Aqaba, a unos cien kilómetros al sur de Aqaba, y que, a pesar de que actualmente se extrae un volumen importante de agua del mismo, todavía llega prácticamente a la orilla del Mar Rojo.
El valle es impresionante, por lo escarpado de su relieve, lo que dota de mayor contenido a las palabras de Lehi cuando le dijo a su hijo Lemuel: “¡Oh, si fueras tú semejante a este valle, firme, constante e inmutable en guardar los mandamientos del Señor”. Las mismas palabras habrían carecido de impacto para Lemuel en un paisaje menos impresionante. Pero aún hay algún detalle adicional muy significativo. Tengamos en cuenta, un versículo antes, las palabras de Lehi a su hijo Lamán: “¡Oh, si fueras semejante a este río, fluyendo continuamente en la fuente de toda justicia!”. El lector de los dos primeros capítulos del primer libro de Nefi, al llegar a ambos versículos no puede sino quedarse un tanto extrañado. ¿Por qué Lehi usa este tipo de lenguaje figurado? ¿Por qué pone el nombre de sus hijos mayores, Lamán y Lemuel, al valle y al río respectivamente? La segunda pregunta se nos aclara más adelante, en el versículo 11: “Esto habló por causa de la dureza de cerviz de Lamán y Lemuel; pues he aquí, murmuraban contra su padre en muchas cosas, que era visionario, y los había sacado de Jerusalén, abandonando la tierra de su herencia, y su oro, y su plata y objetos preciosos, para perecer en el desierto [...]”. Evidentemente, Lehi estaba sumamente preocupado por la ínfima sensibilidad espiritual de sus dos hijos mayores, comparable a la de los judíos que buscaban matarle, y se esforzaba por encontrar la mejor forma de dejarles una impresión espiritual duradera, como se hace patente en un comentario posterior de Nefi (v. 14): “Y aconteció que mi padre les habló en el valle de Lemuel con poder, pues estaba lleno del Espíritu, al grado de que sus cuerpos temblaron delante de él, y los confundió, de modo que no osaron hablar contra él [...]”. Este comentario nos lleva a la primera pregunta, por qué Lehi usa lenguaje figurado y, en relación con este interrogante, por qué pone al río el nombre de Lamán y al valle el nombre de Lemuel. En mi opinión, la respuesta tiene que ver con dos hechos: uno, la antigua costumbre de poner nombres nuevos a lugares que adquirieran algún significado especial, aun a sabiendas de que el nombre se perdería, como ya advirtiera Hugh Nibley en su obra Lehi in the Desert (p. 75-76), costumbre que muy difícilmente podía conocer José Smith; dos, el fuerte valor significativo de la forma de lenguaje figurado escogida por Lehi en esta ocasión, la de un símil basado en una vivencia específica de la familia (la presencia de un accidente orográfico imponente) que, además, incorporaba, como ya notara John Tvedtnes (1986: 64), un interesante juego de palabras que difícilmente se le pudo haber ocurrido a José Smith. En efecto, una de las palabras que se utilizan en hebreo para designar un río es nahar, cuya raíz (verbal) significa “fluir”; por otra parte, la palabra hebrea ‘eytan, correspondiente a 'valle', es también un adjetivo que significa 'perenne, duradero, firme'. Si Lehi escogió estos términos a propósito, “río” y “fluyendo”, del versículo 9, y “valle” y “firme, constante, e inmutable”, del versículo 10, son en el fondo palabras de la misma raíz, con lo que al juego conceptual provocado por el símil situacional se une, potenciándolo, un importante juego fónico.
El valle es impresionante, por lo escarpado de su relieve, lo que dota de mayor contenido a las palabras de Lehi cuando le dijo a su hijo Lemuel: “¡Oh, si fueras tú semejante a este valle, firme, constante e inmutable en guardar los mandamientos del Señor”. Las mismas palabras habrían carecido de impacto para Lemuel en un paisaje menos impresionante. Pero aún hay algún detalle adicional muy significativo. Tengamos en cuenta, un versículo antes, las palabras de Lehi a su hijo Lamán: “¡Oh, si fueras semejante a este río, fluyendo continuamente en la fuente de toda justicia!”. El lector de los dos primeros capítulos del primer libro de Nefi, al llegar a ambos versículos no puede sino quedarse un tanto extrañado. ¿Por qué Lehi usa este tipo de lenguaje figurado? ¿Por qué pone el nombre de sus hijos mayores, Lamán y Lemuel, al valle y al río respectivamente? La segunda pregunta se nos aclara más adelante, en el versículo 11: “Esto habló por causa de la dureza de cerviz de Lamán y Lemuel; pues he aquí, murmuraban contra su padre en muchas cosas, que era visionario, y los había sacado de Jerusalén, abandonando la tierra de su herencia, y su oro, y su plata y objetos preciosos, para perecer en el desierto [...]”. Evidentemente, Lehi estaba sumamente preocupado por la ínfima sensibilidad espiritual de sus dos hijos mayores, comparable a la de los judíos que buscaban matarle, y se esforzaba por encontrar la mejor forma de dejarles una impresión espiritual duradera, como se hace patente en un comentario posterior de Nefi (v. 14): “Y aconteció que mi padre les habló en el valle de Lemuel con poder, pues estaba lleno del Espíritu, al grado de que sus cuerpos temblaron delante de él, y los confundió, de modo que no osaron hablar contra él [...]”. Este comentario nos lleva a la primera pregunta, por qué Lehi usa lenguaje figurado y, en relación con este interrogante, por qué pone al río el nombre de Lamán y al valle el nombre de Lemuel. En mi opinión, la respuesta tiene que ver con dos hechos: uno, la antigua costumbre de poner nombres nuevos a lugares que adquirieran algún significado especial, aun a sabiendas de que el nombre se perdería, como ya advirtiera Hugh Nibley en su obra Lehi in the Desert (p. 75-76), costumbre que muy difícilmente podía conocer José Smith; dos, el fuerte valor significativo de la forma de lenguaje figurado escogida por Lehi en esta ocasión, la de un símil basado en una vivencia específica de la familia (la presencia de un accidente orográfico imponente) que, además, incorporaba, como ya notara John Tvedtnes (1986: 64), un interesante juego de palabras que difícilmente se le pudo haber ocurrido a José Smith. En efecto, una de las palabras que se utilizan en hebreo para designar un río es nahar, cuya raíz (verbal) significa “fluir”; por otra parte, la palabra hebrea ‘eytan, correspondiente a 'valle', es también un adjetivo que significa 'perenne, duradero, firme'. Si Lehi escogió estos términos a propósito, “río” y “fluyendo”, del versículo 9, y “valle” y “firme, constante, e inmutable”, del versículo 10, son en el fondo palabras de la misma raíz, con lo que al juego conceptual provocado por el símil situacional se une, potenciándolo, un importante juego fónico.
La cueva del Valle de Lemuel
El río Lamán
(fotos: George D. Potter "A New Candidate in Arabia for the Valley of Lemuel," Journal of Book of Mormon Studies, Vol. 8, No. 1, 1999, pp. 54-63.
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