lunes, 6 de julio de 2009

CARTA A UN EX MISIONERO


Querido elder:


Espero que no le importe si todavía lo llamo élder. Ese es el nombre por el cual lo conocí y en mi mente siempre asociaré ese nombre con usted. ¿Se acuerda? Era una tarde calurosa de verano, y ustedes pedaleaban sus bicicletas calle arriba hacia nuestra casa; nos admiró ver como podían tolerar el calor vestidos con camisa blanca y corbata. Por dos o tres días habíamos notado como casi volaban cuesta abajo, y cuando llamaron a nuestra puerta, todos nosotros, los cuatros hijos, nos abalanzamos hacia la puerta par saber quienes eran esos extranjeros y que hacían en el vecindario . Ustedes entraron y cuando les ofrecimos un té helado lo rehusaron cortésmente diciendo que no tenían sed.


Cuando después supe quienes eran ustedes y el propósito de su visita, me di cuenta de que había sido una excusa. Nos tomó un tiempo entender de que hablaban. Primero el fuerte acento extranjero, y después, lo que nos mostraron para comenzar: láminas de indios, de ruinas en Sudamérica, y hasta unas planchas de bronce hechas a mano y sujetas con tres anillos. Nos sentimos casi como Cristóbal Colón cuando descubrió el Nuevo Mundo. Un descubrimiento extraño, pero interesante.


A medida que sus visitas se hicieron más frecuentes, nos hicimos buenos amigos. Ustedes nos predicaban el mensaje de la restauración del evangelio… y nosotros aprendíamos inglés. Ambos teníamos motivos personales. No les fue difícil enseñarnos también un poco de inglés y especialmente mostrarnos claro. Usted y su compañero fueron un ejemplo vivo y aprendimos a marlos.


Un día supimos que se iba de la ciudad. A esto el llamaban una transferencia de misioneros. Y así era: porque tuvimos que transferir nuestro amor a otro misionero. Pronto pudimos seguir sus enseñanzas y su ejemplo, pero usted fue el primero, y así permaneció en nuestra mente. También supimos que su misión era por dos años, y por supuesto, cuando terminó la misión prometió mandarnos noticias. Efectivamente, dos meses después recibimos una carta muy corta; había un retrato en ella. Todo parecía bien pero tardamos un poco en reconocerlo, no por el caballo en el que estaba montado, que contrastaba con la bicicleta que usaba en la misión; ni por la ropa diferente; sino por las patillas y el largo de su cabello. Nos reímos, porque pensamos que tal vez estuviera tratando de evocar la leyenda de Buffalo Bill. No sabíamos que el dejar el campo misional quería decir que también abandonar aciertas características que lo hicieron muy especial ante nosotros, y por la cuales lo recibimos en nuestro hogar. ¿Por qué le fue tan difícil permanecer así?


Con ansiedad esperamos más cartas. Progresamos en la iglesia, nos bautizamos y pronto aprendimos la importancia del matrimonio en el templo. Mientras tanto, algunos de sus compañeros enviaron participación de casamiento, y nos regocijamos al ver sus fotografías y saber de su felicidad. Pero la suya nunca llegó. Y no nos atrevimos a preguntar el porqué.


El tiempo pasó y llegó mi primera oportunidad de visitar Salt Lake City. ¡Al fin iba a ver las cosas de las que usted nos había hablado y de las cuales hasta se “jactaba”! (Incluso esa palabra la aprendí de usted). ¿Me creería si le dijera que no me sorprendí al ver la ciudad? Usted nos había hablado con tanto entusiasmo del valle, del Tabernáculo del Templo y de los miembros, al grado que yo ya la había visto en mi imaginación. Hasta me parecía ver a Brigham Young diciendo: “Este es el lugar”. Lo imaginado se hizo realidad, igual que cuando usted nos explicó la primera visión de José Smirth, y su profundo significado para el mundo.


Por supuesto, quisimos visitarlo. Guardábamos todavía el recuerdo de su sonrisa, testificando con lágrimas en los ojos: “Yo sé que lo que digo es verdad, porque lo he preguntado a mi Padre Celestial y he recibido una respuesta personal. Ya no hay duda y mi mente está en paz. Sé que Jesús es el Cristo, que José Smith es un Profeta y que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la única Iglesia verdadera sobre toda la tierra”. Yo no pude resistir ni negar su testimonio, a causa del Libro de Mormón: usted me había hablado al corazón, por el poder del Espíritu Santo. Nunca le dije cómo me sentí ese día: de esas cosas a veces no queremos hablar por que son muy sagradas para nosotros; pero fue el principio de una vida nueva par mi, con nuevos propósitos y un conocimiento seguro de la Iglesia y de la verdad.


Si, ese día que llegamos a Salt Lake City queríamos decirle que nosotros también sabiamos lo que usted sabía. Queríamos decirle: "Gracias élder, gracias porque su testimonio cambió nuestra vida. Usted preparó la senda para el Señor; usted enderezó el camino. Ahora el evangelio avanza en las ciudades de su antigua misión; Sión se establece. Bien, buen siervo y fiel. Compartamos este gozo juntos. "


Encontrarnos primero a uno de sus compañeros y le preguntamos por usted. Su voz titubeó y parecía avergonzado, pero al fin nos informó que usted trabajaba en una estación de servicio y que probablemente no vendría a las conferencias... o tal vez ni las escucharía. Como se dice en la Iglesia, usted no estaba "activo". es decir que ya no estaba viviendo los principios que nos había predicado años atrás. Inmediatamente quisimos verlo. Pasamos por la estación de servicio, nos detuvimos y, lo buscamos; al vernos, y sabiendo quienes éramos, usted titubeó. Vi el pánico en su cara y sonreí tristemente al ver que usted trataba desesperadamente de ocultar un cigarrillo que le quemaba los dedos. Nos dimos la mano, preguntamos por su esposa, sus hijos, su vida y su futuro. Algo andaba mal... usted lo sabia y nosotros también. Nos separamos. Dimos una última mirada y un último adiós.


Hoy estoy otra vez en Salt Lake City y escribo esta carta con la esperanza de alcanzarlo. No sé dónde está usted. Pasé por la estación de servicio pero ya no estaba allí.


Hermano mío, ¿dónde estás?


Espero que no se moleste si he recordado algunos de los momentos que, según usted decía, eran los mejores de su vida, ¿Por qué no lo son ahora? ¿Por qué los mejores tienen que ser siempre los del pasado, en lugar de los del futuro? El Evangelio de Jesucristo no se compone le recuerdos; es un evangelio que al vivirlo hoy, sabemos dónde estaremos mañana. Alma lo dijo con estas palabras:


“Porque he aquí; esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra.


Y como os dije antes, ya que habéis tenido tantos testimonios, os ruego, por tanto, que no demoréis el día de vuestro arrepentimiento hasta el fin, porque después de este día de vida, que se nos da para prepararnos para la eternidad, he aquí que si no mejoramos nuestro tiempo durante esta vida, entonces viene la noche de tinieblas en la cual no se puede hacer nada. " (Alma 34:32-33,)


Querido élder, usted dijo en una conferencia que “las madres dan cuerpos a los espíritus, pero que los misioneros pueden dar la oportunidad de vida eterna a la gente”: ese día yo anoté eso en mi libro, , junto con su testimonio. Las palabras del Salvador también están anotadas para que no olvidemos que por su sacrificio podemos arrepentirnos de nuestros errores. ¿No lo dijo El a los nefitas?


"He aquí, yo soy la ley y la luz. Mirad hacia mí, perseverad hasta el fin, y viviréis, porque al que perseverare hasta el fin, le daré la vida eterna.


He aquí, os he dado los mandamientos; guardad, pues, mis mandamientos. Y ésta es la ley y los profetas, porque ellos en verdad testificaron de mí. "(3 Nefi 15:9-10.)


Usted les ha abierto la puerta a muchos, ¿por qué la cierra para si mismo? ¿Me permite poner mi pie en su puerta como usted lo hizo en la mía? Alargue su mano mientras hay, tiempo, y permítanos decirle que lo amamos. Su obispo lo espera, sus maestros orientadores lo pueden ayudar, sus compañeros de misión no lo olvidan; pero, más que eso, nosotros lo necesitarnos. Venga a vernos; lo esperamos con los brazos abiertos.


Es tiempo de terminar, pero debe saber que lo que usted fue. Puede serlo otra vez. Que mi testimonio le ayude como el suyo me ayudó. Yo sé por el poder del Espíritu Santo que revela todo, lo sé en mi mente y en mi corazón, que Dios vive, que Jesús es el Cristo, nuestro Redentor, y que hoy tenemos un Profeta viviente, que es el presidente Tomas S. Monson; y sé que siguiendo su consejo podemos acercarnos a nuestro Padre Celestial ' y, arrepentirnos de nuestros pecados. Pido que otra vez entienda esto y que decida otra vez ser su discípulo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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